miércoles, 20 de mayo de 2009

ENFADOS , DESAHOGOS E INCOMODIDADES

Queridos blogueros:

Hoy estoy enfadado. Llevaba varios días alimentando la esperanza, ya que así me lo habían dado a entender los médicos, de que hoy podría ir a casa con “asistencia domiciliaria”. Pues ya me han dicho que hoy no podrá ser, así que mi cabreo ha sido monumental.

Mi ilusión de volver a casa tiene que ver con la necesidad de dejar atrás la monotonía del hospital, las incomodidades de la cama, las limitaciones de la comida y los horarios de cuartel. A partir de las siete de la mañana ya te están tocando las pelotitas, que si “Alejandro, haz pís”, que si “Alejandro, ponte el termómetro”, que si “ven que te pongo el supositorio”, que si “ven que te mido la capacidad pulmonar”. Y es que te meten de todo y por todos los lados: el termómetro en la boca, el pitilín en el conejo (¿por qué le llamarán conejo?), las agujas de las jeringas en el muslo, el dedo en el culo…¡Joder, si estoy más explorado que el continente africano! Pero lo peor no es eso. Lo peor es cagar. El wáter es tan pequeño que si me siento en la tacilla tengo que escorarme hacia la izquierda (tal como se ve en la foto), justo sobre mi pierna enferma, para evitar que se me incruste el lavabo en el omoplato derecho, a la vez que evito que el portarrollos del papel higiénico se me clave en el riñón izquierdo. Y en esas condiciones prestar atención de paso a eso que los doctores llaman “tránsito intestinal”. ¡Joder, qué fino me ha quedado! Estoy seguro que Moncayo me comprende bien.

La bañera está diseñada para niños mucho más pequeños, ya que yo, con 192 cm., una vez que me metí en ella salí más encogido que un condón sin desenrollar. Dispongo de una cama articulada (pero poco) que se levanta la cabecera con mando eléctrico pero los pies hay que hacerlo manualmente. La ingeniería no debió de dar para más. Los colchones, aunque son cómodos, están recubiertos de un plástico (supongo que por razones higiénicas) que impide cualquier transpiración por lo que en días de calor, como hoy, tengo más sofocos y calores que una mujer con la menopausia

La ventilación de la habitación es otra aventura. Las ventanas son de media batiente, con la abertura en la parte de arriba y la manilla (os juro que es verdad) a la altura del techo, lo que con frecuencia convierte a mi padre en un virtuoso del trapecio. Se sube a los brazos de la silla de visitas y como la ventana se abre hacia dentro, mi padre se ve obligado a tener que bascular hacia atrás, pero sin dejar de hacer fuerza hacia adelante. Cuando concluye la operación respiro con alivio y admiración. Pero como la aireación de la habitación suele ser insuficiente me veo obligado a reclamar que la puerta de la habitación esté abierta y ahí es donde empieza otra batalla, especialmente si está mi tío Paco quien, temeroso de que pueda coger frío, mientras me mira de reojo va cerrando a hurtadillas y con la punta del pie la puerta de la habitación.
-Tioooooo, la puertaaaaaa
-Alejaaaaaaandro, tapateeeeee.
Y así toda la puta tarde.

Mi enfado era consecuencia de que yo quería regresar a mi casa, allí donde están todas las comodidades del mundo y las cosas que quiero: mi cama, mi butacón, mis comidas preferidas, mi madre… Por añorar, hasta añoro las trifulcas de los abuelos; tan entrañables ellos.
Bueno, pues mi enfado se ha triplicado cuando he sabido que mi retraso es consecuencia de que todos los médicos, menos dos, se habían ido a un congreso oncológico y no podían hacerme el informe que se precisa para ser atendido a domicilio. El desahogo, finalmente, me lo ha tenido que aguantar la buena de la doctora Rosa, quien además de dulce y cariñosa es un auténtico cielo.

Así que, queridos blogueros, no me queda otra que ajo, agua y resina (ya me entendéis, es que mi padre no me deja escribir tacos, que luego nos censura el gerente) y confiar en que sólo sea uno o dos días más. Mientras tanto seguid contándome vuestras aventuras y desvaríos. Os quiero un montonazo.
Alex.