lunes, 29 de junio de 2009

ZORIONAK AMA







Me dicen que nací un 30 de abril a las 12:45, o sea a la una menos cuarto. Pues bien, en ese mismo momento, justo en ese, pasó algo muy especial: yo fui hijo y mi madre fue madre. Y como diría Mafalda, “los dos nos graduamos el mismo día”. (Esta es una frase que compartimos, porque nos gusta a los dos.)

Gracias a mi, hoy puedo decir que es el cumpleaños de mi madre. Si no, sería el cumpleaños de Pilar, de la hija de Pepa y Pedro (mis abuelos), de la señora del segundo… Pero no, gracias a mi, hoy es el cumpleaños de MI MADRE. ¿Queda claro?

¡¡¡Zorionak ama!!!

¿Qué puedo contaros de mi madre que no sepáis ya? Ya la he definido en otras entradas, pero hoy no quiero hablaros ni lo mandona que es, ni de lo que puede llegar a protestar, ni de la mala leche que dice Lulu que puede llegar a tener… No, no. Hoy quiero hablaros, de cómo es ella realmente.

Cuando yo era pequeño, dicen, que siempre estaba pendiente de mi. Me llevaba al colegio, me iba a recoger, me llevaba al parque y allí no me quitaba ojo. Una anécdota que siempre le he oído contar y que me recordó recientemente, es una que tuve en el parque de Aldapas una tarde en la que en una fracción de segundo desaparecí. Uno de los mayores temores en la infancia de mi madre siempre fue perderse, así que os podéis imaginar el rato que inconscientemente la hice pasar. Si a todo esto añadimos que yo era y sigo siendo la persona más despistada del mundo, podréis haceros una idea del “zambombazo” que en ese segundo le dio a mi madre la “patata”.
La historia fue así: Un día normal de parque, yo jugando a mi bola (solo) con mi imaginación, (que vete tú a saber que me estaría imaginando) el caso es que en un momento dado me decido a ir de caza de bichos, y como en el cemento escasean, pues se ve que decidí meterte donde había tierra, o sea detrás de un seto. Esta decisión debió llevarme el mismo tiempo que a mi madre girar la cabeza. Visto y no visto. El niño había desaparecido. En ese momento y para animar más la cosa empiezan a caer cuatro gotas. El parque que se empieza a vaciar. Mi madre que no me ve. Las cuatro gotas que empiezan a ser veinticuatro, cuarentaiocho, noventa y seis… los bichos se van, aparecen los caracoles, mi interés se centra en ellos, lo que empezó como un “sirimiri” se convierte en un chaparrón de aupa, mi madre sigue sin verme, en el parque no queda un alma, yo sigo con mis caracoles, mi madre al borde de un ataque de histeria, El chaparrón se convierte en “La Tormenta Perfecta”, mi madre gritando “¡Alejandro, Alejandro!”, yo a mi rollo con los caracoles... Y en esto, que mi madre, pasa al lado del matorral, donde estoy agazapado, totalmente absorto en mi búsqueda y abstraído del resto del mundo, y se abalanza sobre mi. No sé si me dio dos hostias, pero yo a ella le di un alegrón de tres pares de cojones.

¿A qué venía todo esto? ¡A sí! A que ella siempre estaba pendiente de mi.

Y así sigue siendo. Durante mi enfermedad, ella siempre ha estado ahí. Mañanas, tardes y sobre todo noches. La de noches que hemos pasado juntos y ella siempre con el ojo puesto. Siempre pendiente.

Bueno, pues a lo dicho, que es una “vieja cojonuda”, que cuando yo la llamo pesada en realidad es una madre pendiente, protectora. Cuando la llamo mandona es en realidad organizada y preocupada por ayudarme. Cuando la llamo “chapas” es porque en realidad siempre ha estado pendiente de mis estudios, de mis deberes… y de mi.

¡Ay, ama! Si no fuera por las verduras, serias una madre PERFECTA.

Ahora lo que quiero es que te recuperes pronto de lo que estás pasando para poder ir a celebrarlo. ¡¡ Venga!!
Sin palabras.