sábado, 8 de agosto de 2009

ZORIONAK RELENTE



El Relente, Gonzalo para los íntimos, es un gran tipo: buen mozo, que se decía antes, y de una estatura ética que no desdice la física. Es noble, paciente, sensible, comprometido, tierno, legal, leal, romántico, tranquilo y solidario. Es de esa gente que cae bien a primera vista. Pero además es raro: le gusta la literatura. Es lo que se dice un ilustrado. Gente de la que ya no se lleva. Y además escribe bien el condenado. Jodidamente bien, como podréis comprobar por el siguiente relato. Uno de mis preferidos. Para estos días de estío, más que un regalo.

Ana no era Ana hasta el día que yo la conocí. Era sólo una idea sonámbula, un boceto, un viaje aún no comenzado. Rondaba yo la treintena, y tenía un trabajo, un piso y una vida de dudas por delante. No me refiero a esas dudas mundanas, de infantería, digamos, como decidir entre plasma o LCD, o la nueva de Woody Allen o la de los hermanos Coen. Por aquel entonces caminaba quince centímetros por encima _más bien por una vía lateral, de servicio_ de esa especie de materialismo tonto que gobernaba las vidas de los de mi generación. Un materialismo muy tenaz, primo hermano de una galopante fiebre por estar al día en todo momento, una especie de prisa sin respiro por no quedarse atrás, por huir de lo obsoleto, de lo antiguo, de lo de ayer. Yo vivía irremisiblemente en el ayer. En el antesdeayer.

Tenía un trabajo, decía, más o menos bien pagado, en cualquier caso monótono. Más que un trabajo, era una sonda, una vía conectada a un gotero de sueldos mensuales suficientes, analgésicos. El oxígeno necesario para seguir viviendo sin poder aspirar a mucho más. También decía que tenía un piso, aunque lo que realmente tenía era una hipoteca. Una hipoteca con opción a vida, una dirección postal. Se trataba de una vivienda con un pequeño salón _con cocina_, una habitación y un baño que hacía las veces de despensa. A pesar de todo, aquel hogar me proporcionaba las dosis de comodidad y retiro necesarias para ir tirando, y casi para ser feliz. Y por último, tenía una vida con algunas luces, varios contraluces, y bastantes sombras. Antes las llamé dudas. Digamos que yo mismo era una duda, un interrogante con ínfulas de algo crónico.

Yo no conocí a Ana. Yo me enamoré de Ana. Fue como la sublimación del hielo en vapor. Ana se transmutó directamente de un concepto no existente _como los pensamientos que tenemos antes de nacer, incluso antes de ser engendrados_, es decir, un vacío, un hueco en el espacio, en la existencia entera y absoluta, en la materia que lo llena todo.

Ana y yo nos acostamos el primer día que nos conocimos. También nos acostamos el último. Con un polvo empezó todo, y con un polvo acabó. Tenía una mirada marrón, de otoño, la piel suave, y una conversación lenta y cálida. Ana hablaba, por ejemplo, de la guerra, y la guerra empezaba a ser un concepto más limpio, menos cruel. Creaba esferas de luz, refugios de calor en las aceras mojadas.”

G.


Gonzalo es ingeniero pero yo sé que el hubiera preferido ser un hombre sin fronteras, un bombero sin fuego, un guerrillero de paz, un viento sin huracán, un mar sin turbulencias, una bandera incolora o una cometa sin hilo. Pero Gonzalo es todo menos un ingeniero vencido por el tedio, las monótonas horas de oficina o las letras a plazo fijo de los hijoputas de El Corte Inglés. Gonzalo es un hombre en el camino. Que hoy cumple treinta años. Feliz cumpleaños, amigo.

T.P.

La dedicatoria es de TP (que para eso le conoce desde pequeño), el relato de “El Relente” (que para eso lo ha escrito él) y a mí solo me queda desearle un feliz día de cumpleaños y sobre todo darle las gracias por asomarse un día por aquí y dejarnos leerle. El texto de “Ana” es muy bonito, pero yo me quedo con el del nacimiento de Mikel (Ahora mismo lo voy a volver a leer).


Habéis de saber que El Relente es el único que tiene algo en exclusividad en este barco: es el único que ha cruzado el charco para, entre otras cosas (pienso yo), mandarnos un mensaje desde New York.

ZORIONAK RELENTE.

Alex.